¿Qué dice la filosofía? Parte I


 
Proyecto una bodega única
Departamento de Filosofía: Eva María Pachón Pachón y Ricardo Hurtado Simó


Y Dionisos se topó con la razón: El vino y la filosofía

1. El alcohol visto desde la filosofía

A primera vista, se puede pensar que no tiene mucho que ver el alcohol y, en
concreto el vino, con la filosofía. Los docentes sabemos que en nuestro día a día en el
aula, plantearles al alumnado qué relación puede existir entre ambos conceptos es algo
arriesgado ya que la mayoría de ellos considerarían que son ámbitos antagónicos;
mientras que el alcohol lo asocian a diversión, excesos, música y fines de semana, la
filosofía suele vincularse con el aburrimiento, la reflexión sobre cosas abstractas, la
seriedad y, en todo caso, con pensar demasiado, algo que puede agravarse cuando se
está bajo los efectos de la bebida.
Sin embargo, el pensamiento filosófico y el alcohol tienen un vínculo más fuerte del
que puede parecer a primera vista. Por una parte, no son pocos los filósofos que se han
detenido a tratar la importancia de la bebida para el ser humano, ya sea desde una óptica
positiva o negativa, así como a analizar el acto de beber como un acto cultural que se
despliega en vertientes sociales, políticas o religiosas. Guste o no, las bebidas alcohólicas
forman parte de lo más intrínseco de la humanidad, acompañándonos prácticamente
desde los comienzos, desde antes incluso de que se tengan datos historiográficos. En las
primitivas tribus mitológicas el alcohol ya tenía un sitio vital en el día a día de los seres
humanos; era algo sagrado, divino, que debía ser consumido en ocasiones especiales y
siempre bajo la atenta supervisión de los chamanes y hechiceros. Así, desde tiempos
remotos, el alcohol ha tenido un aura que incluso en las seculares sociedades
contemporáneas sigue manteniendo; se le ha atribuido un poder que debe ser controlado
e, incluso, censurado. Desde los orígenes del pensamiento filosófico, la bebida y, más
concretamente, el vino ha sido objeto de escritos y opiniones que han sido confrontadas
desde la herramienta especulativa por excelencia: la razón. Y este será el objeto de
nuestro proyecto: realizar un bosquejo histórico de las relaciones entre el vino y la
filosofía, entre la embriaguez y la razón.


2. Apolo y Dionisos en los comienzos de nuestra civilización

Giorgio Colli en su libro El nacimiento de la filosofía, comienza situando su
narración en los comienzos de la civilización occidental. A su juicio, nuestro mundo y
nuestra historia arrancan en la antigua Grecia, en las Polis o ciudades-Estado del
mediterráneo oriental, lo que hoy serían Creta, este de Grecia, norte de Egipto y costas
turcas del mar Egeo. Ahora bien, esa nueva civilización occidental es resultado de la
mezcla de culturas orientales místicas que rendían culto a dioses sobrenaturales pero, al
mismo tiempo, muy humanos. Para esos pueblos orientales como los babilonios, asirios o
caldeos, la devoción a sus dioses estaba acompañada de sacrificios y ofrendas salvajes y
crueles donde la combinación del vino y la música se fundían con la noche, las danzas y
rituales destinados a obtener el favor de sus ídolos protectores. Cuando esas tradiciones
asiáticas llegan a Europa, de la mano de mercaderes y comerciantes que se asientan en
las islas mediterráneas, producen un crisol de ritos y costumbres, una mezcla de
civilizaciones que da lugar a una riqueza multicultural de la que emerge Grecia. En ese
momento, el sujeto griego, inconscientemente, encarna el espíritu de esas ancestrales
tradiciones traídas de oriente, combinando una amalgama de dioses, ritos y explicaciones
sobre lo natural y sobrenatural de manera armoniosa. Y, como telón de fondo, la bebida de
los dioses: el vino. Tanto es así que al vino se le asocia una divinidad, Dionisos, figura
caracterizada por la embriaguez, la noche, la sensualidad y la celebración irracional de la
vida. Al mismo tiempo, Dionisos tiene su opuesto, el dios Apolo, insignia de lo más
humano, la razón, la sobriedad y la rectitud. Colli, siguiendo a Nietzsche, subraya con
gran acierto cómo en ese momento en el que se está fraguando la cultura occidental,
Dionisos y Apolo, embriaguez y sobriedad, se entremezclan equilibradamente para lograr
que en el ser humano convivan su faz más humana, plasmada en la ciencia y la técnica,
con su faz más divina y animal, representada a través de las celebraciones periódicas y
el arte. Por tanto, en los siglos VIII-VI a.C., el vino tenía un espacio sagrado, respetado y
reverenciado que el griego asociaba a su dimensión creativa y espontánea. El vino era el
protagonista de las grandes bacanales, los festejos por el cambio de estación, la
recolección de la uva o las ofrendas religiosas. En estas celebraciones, el vino ejercía no
solo una función lúdica sino también sublimadora, ya que permitía la liberación de las
pasiones y tensiones inherentes a la condición humana, esenciales para garantizar un
equilibrio entre la razón y las emociones. Como indicará Nietzsche en El nacimiento de la
tragedia, Apolo y Dionisos convivían en los albores de la civilización occidental a través
del arte y la liturgia, como encarnación de la mismísima raíz del ser humano, racional e
irracional al mismo tiempo; día y noche, risa y llanto eran asumidos en una unidad vital
armoniosa que describían las tragedias de Sófocles o Esquilo. Ahora bien, este equilibrio
perfecto estaba condenado a ser efímero y, cuando la polis ateniense se consolidó como
capital del mundo antiguo, Apolo se impuso a Dionisos, y el vino empezó a ser
dominado por la razón. El día venció a la noche.

3. La importancia del vino según Platón

Es de sobra conocido que el gran filósofo Platón (427-347 a.C.) fue discípulo de
Sócrates, aquel ciudadano ateniense que defendía el diálogo como método para alcanzar
la Verdad. Y que Sócrates llevó su método hasta las últimas consecuencias, hasta el
punto de ser injustamente condenado a muerte bebiendo cicuta, un veneno que se usaba
como pesticida rudimentario. Sócrates fue el primer filósofo que asoció Verdad-Felicidad-
Razón y, por tanto, empezó a relegar al vino a una dimensión secundaria, marginal e,
incluso, censurable. Sin embargo, su discípulo más destacado, Platón, rescató al vino del
olvido e, incluso, le otorgó un papel bastante notable dentro de su pensamiento.
Desencantado con la democracia que acaba con la vida de su querido maestro,
Platón elabora una utopía política basada en el poder tiránico de una sola persona, el
Filósofo-Rey, única persona capaz de liderar los designios de su ciudad. En sus obras La
República, El Político y Las Leyes, Platón elabora su sistema político supuestamente
perfecto a través de un sistema educativo segregador y censor que pretende seleccionar
a los individuos más adecuados para gobernar. En este proceso, se antoja fundamental
conocer el alma de los alumnos, saber cuáles son sus intenciones e inclinaciones para
discernir si son lo suficientemente buenos como para mejorar la vida de sus
conciudadanos. Y es aquí donde irrumpe el vino dentro de su construcción utópica.
Prohíbe el vino a los adolescentes antes de los dieciocho años, y emborracharse antes de
los cuarenta, pero a los que sobrepasan esa edad los absuelve pues considera que
Dionisos es el dios que les devuelve la alegría y rejuvenece a los ancianos. Además, el
vino ablanda el alma que la guerra ha endurecido y dulcifica las pasiones. Es más, en su
madurez, cuando escribe Las Leyes, Platón le otorga al vino una función más sutil.
Acompañado de la música y la danza, el vino es el mejor instrumento para conocer la
verdadera naturaleza de cada uno. Embriagado por la mezcla del baile y la melodía, el
alcohol provoca en el ser humano una relajación que permite que afloren los verdaderos
sentimientos, deseos e inclinaciones. Consiguientemente, el vino es un criterio para
discernir si somos nobles o no o, en palabras del propio Platón, si nuestra alma está
preparada para liderar los designios de nuestra ciudad o no.

4. El vino en los comienzos de la Modernidad: Michel de Montaigne

Uno de los grandes humanistas de nuestra cultura ha sido Michel de Montaigne
(1533-1592), noble, gran conocedor del mundo grecolatino y alcalde de Burdeos. Su obra
Ensayos es una de las mejores manifestaciones de la actitud del hombre renacentista que
conoce la vida y costumbres de Grecia y Roma y las considera un ejemplo que en muchos
aspectos se debería retomar. Uno de ellos es el alcohol y, para más señas, el vino.
Ejemplo de erudición, Montaigne cita frases de poetas, historiadores y filósofos clásicos
para contraponer opiniones dispares con el fin de exponer un pensamiento abierto y
tolerante con la diversidad de ideas. Por sus páginas aparecen multitud de anécdotas de
todo tipo acerca del vino y cómo fue empleado con intenciones de toda índole. Así, Atalo,
Filipo, Pausanias, Catón o Julio César son rescatados para poner de relieve cómo usaron
el vino con fines perversos, como es el caso de Atalo, que emborrachó a Pausanias para
humillarlo públicamente y vengar así la muerte de un amigo, o Julio César, que
embriagaba a quienes consideraba sus conspiradores para conocer sus intenciones y
debilidades.
Pero tras esa amalgama de citas y anécdotas, Montaigne expone su filosofía y su
forma de ver la vida, tremendamente vitalista pero, al mismo tiempo, consciente del
irremediable paso del tiempo. Es en esta aparente contradicción donde inserta su forma
de entender el vino, al que vincula con los grandes placeres sensoriales del cuerpo, la
comida y el sexo. Montaigne rechaza la borrachera, tanto que le dedica un capítulo de sus
Ensayos, pero defiende el placer de beber como uno de los más sublimes de su juventud;
beber a la francesa, afirma, en la comida y la cena pero moderadamente, es restringir
demasiado los favores del dios Baco. Sin embargo, el paso de los años limita y restringe
hasta el último de los placeres, la bebida, pues el estómago repele las bebidas
espirituales y marchita el disfrute del cuerpo. Así, indica Montaigne, con la vejez, el vino
debe tomarse con precaución y con objeto de recordar experiencias pasadas en las que sí
tuvo un papel más predominante. Preguntándose a sí mismo si el vino es un vicio, el
pensador francés afirma que sí, pero un vicio tan humano como pertinente que, sin duda
alguna, no puede competir con vicios nefastos como el orgullo, la venganza, la
intolerancia o el egoísmo. A su juicio, vino y filosofía, embriaguez y razón están
condenados a entenderse.

5. Mujeres, vino y Revolución: Los Salones femeninos y la toma de la Bastilla

Como ya hemos visto, el vino es un elemento cultural que ha estado y está
estrechamente ligado al día a día del ser humano. Damos un salto hasta el siglo XVIII y no
encontramos con la misma idea, ya que el vino forma parte de una tradición ligada a las
costumbres de los pueblos. En concreto, nos situamos en la Francia pre-revolucionaria del
último tercio de siglo que va fraguando la Revolución. En este ambiente, París es la
capital cultural e ideológica de occidente; es un hervidero de corrientes políticas, sociales,
artísticas, científicas y filosóficas que construirán el nacimiento de la edad
contemporánea. Y este hervidero se ubica en los Salones, lugares de reunión que
frecuentaban las élites intelectuales de Francia, de Europa y de Norteamérica. En este
contexto, el vino es un acompañante decisivo pues es la bebida servida durante los
debates y discusiones acaecidas en dichos salones. Junto con el vino, el otro elemento
indispensable es la mujer. Los salones se convierten en un espacio femenino de diálogo
donde el mal llamado «bello sexo» puede expresar libremente sus ideas sin tener miedo
a ser censuradas, ridiculizadas o incluso perseguidas. Además, en ese ambiente
intelectual, la igualdad entre hombres y mujeres se manifiesta también en la bebida,
donde puede desinhibirse y beber vino y otras bebidas alcohólicas con tranquilidad.
Algunas de estas mujeres, defensoras del feminismo y de la Revolución francesa fueron
Sophie de Grouchy, quien lideró su propio salón, conocido como el «Salón de las
Monedas» y Madame Helvétius, quien hizo lo mismo en su mansión en Auteuil, a las
afueras de París. Ambas eran mujeres progresistas que expresaban sin reservas sus
ideas políticas, que bebían con los hombres de igual a igual y que eran respetadas y
veneradas por su carisma, dotes intelectuales y forma de entender la vida. Con ellas,
siguiendo a los citados Colli y Nietzsche, podemos decir que se reencuentran Apolo y
Dionisos, que la filosofía y la vida retoman la unidad que perdieron por motivos filosóficos
y religiosos. Su feminismo, esa apuesta decidida por la igualdad real entre hombres y
mujeres en el ámbito del hogar, la educación, el trabajo y la política, va acompañado de
una apología de acciones supuestamente varoniles como el uso de armas, el disfrute de
la sexualidad o consumir alcohol sin trabas ni limitaciones. Mujeres como ellas fraguaron
la Revolución francesa pero también iniciaron un proceso de emancipación en todos los
sentidos, incluyendo la igualdad para beber vino, algo tan francés que no tenía sentido
privar a la mitad de la población.

6. El vino como huida ante los problemas vitales: Friedrich Nietzsche

Friedrich Nietzsche (1844-1900), el filósofo vitalista por excelencia, pasó por varias
etapas en su vida. En la primera de ellas, bajo la influencia de las ideas románticas, la
cultura grecolatina y el gran músico Wagner, hizo una defensa de lo irracional y las
fuerzas de la naturaleza, como vimos en el punto dos al hilo de los conceptos de Apolo/
Dionisos. En su obra El nacimiento de la tragedia, el filósofo alemán reivindica la
necesidad de recuperar los impulsos más dionisíacos para lograr un equilibrio que la
tradición iniciada por Sócrates y continuada por Platón y la tradición judeocristiana ha roto
en favor de la sobriedad y el sacrificio.
Sin embargo, en su última etapa, Nietzsche radicaliza sus ideas contra la cultura
occidental, fundamentalmente contra el cristianismo, porque a su juicio inventa un mundo
que no existe (el cielo) a cambio de despreciar el mundo de los sentidos y el presente.
Así, la religión se convierte en una salida cobarde ante los sinsabores de la vida, un
supuesto consuelo que justificará una actitud obediente y sumisa en este mundo, el único
que realmente hay. Esa acusación, a saber, considerar que el cristianismo, y por
extensión toda creencia en Dios que rechace el presente y el disfrute del día a día no es
sino una forma cobarde de huir de los sinsabores de la vida en vez de enfrentarse a ellos
para vencerlos, la hace extensible a la bebida. Nietzsche se detiene en sus últimas obras,
como El Anticristo y Ecce homo a reflexionar cómo la embriaguez es un intento fallido de
escapar a los problemas, una huida hacia adelante que no hace sino empeorar las cosas.
Aunque parezca ridículo, el irracional y vitalista Nietzsche concluye esos pensamientos
haciendo una apología del agua, la bebida de la realidad, aquella que no altera ni edulcora
la realidad, como él mismo indica: «el agua es la bebida de los valientes.»

7. Filosofía práctica y vino en el siglo XXI: Las catas filosóficas

Hoy en día, en la llamada Postmodernidad, un neoepicureísmo que apuesta por el
placer de los sentidos se instala en nuestras sociedades a través de las nuevas
tendencias gourmet, el movimiento foodie y las catas de vino, chocolate, queso, etc. Entre
las ideas que lo sustentan encontramos la recuperación del disfrute, el cuidado del cuerpo
y la naturaleza y la búsqueda de la calidad y la excelencia. Todo ello, aderezado, como no
podía ser de otra manera, por un claro interés económico. Proliferan en Francia, Italia o
Estados Unidos catas socráticas y diálogos interdisciplinares que tienen al consumo de
vino como hilo conductor. El vino, esa bebida antigua y que ha visto lo mejor y peor de la
humanidad, se convierte en un objeto filosófico en debates, textos y también actividades
que lo ponen en el punto de mira donde se reflejan los más variados y sugerentes temas
universales pero, como todo lo que nos rodea, está subordinado al capitalismo imperante.
En cierta forma, el vino, ya sea por interés crematístico o hedonista, ha recuperado su
sitio en el pensamiento, en la historia de la filosofía. Catar un vino, despacio, prestando
atención a su color, olor y sabor nos invita a reflexionar e incluso a soñar. El carácter
social de esta bebida es idóneo para crear un ambiente de compartir el pensamiento
colectivo. Ahora, el vino es una plataforma para filosofar sobre cuestiones de todo tipo:
• Cuestiones ontológicas del status de la sustancia se materializan en
preguntas como: ¿se puede determinar un buen vino de forma objetiva? ¿qué
propiedades objetivas y subjetivas tiene?
• De ahí rápidamente saltamos a cuestiones epistemológicas acerca de la
relación con el vino como objeto del conocimiento: ¿la experiencia del vino
descansa en el vaso o en nuestras mentes? ¿Qué acceso tenemos a saber si un
vino es bueno o malo? ¿Podemos valorar objetivamente un vino que no nos gusta?
• El problema de los expertos cobra en esta última pregunta especial
protagonismo: ¿qué valor tiene la opinión del experto? ¿Puedo tener gran
capacidad de apreciación del vino sin ser un experto?
• Lo social. El desarrollo de un criterio propio, informado y crítico se cultiva en
las catas para alejarnos de modas y presiones del mercado. ¿Quién decide qué
vino es bueno? ¿Quién dice el vino que bebemos? ¿Tiene clase social el vino?
Lo natural vs lo artificial. Una de nuestras catas de vino socráticas se centra en la
comparación entre vinos naturales, biodinámicos, ecológicos y tecnológicos; en
ella nos preguntamos por lo artifical y lo natural: ¿la ciencia y la tecnología
mejoran el vino? (¿y nuestra vida?) ¿Un vino natural es mejor que uno tecnológico?
Esta cata temática nos lleva a cuestiones interesantes acerca de la definición de
innovación en un mundo como el vino y a considerar qué significa exactamente
que un producto sea saludable y qué relación tiene la salud con el buen sabor.
• Tampoco nos olvidamos de la relación entre placer y conocimiento, ¿un
experto disfruta más del vino que un desconocedor? ¿Hay placer en el saber? ¿El
conocimiento sobre el vino impide su auténtico disfrute sensorial?
• Y caemos sin querer en su apreciación estética, donde son usuales las
comparaciones del vino con el arte o la música… Como objeto estético, ¿dónde
reside su belleza? ¿Hay una calidad de vino universal más allá de modas?¿Cómo
la apreciación subjetiva nos puede llevar a un consenso objetivo acerca de un buen
vino?
Cerramos esta reflexión citando las palabras del genial poeta romántico Schiller,
quien subraya que el vino es algo más que el simple acto de beber, es un elemento
cultural que invita a uno de los gestos más humanos, el diálogo: «EL vino no inventa nada.
Solo hace charlas sobre ello».

8. Bibliografía:

COLLI, Giorgio, El nacimiento de la filosofía, Barcelona, Tusquets, 2000.
HAMVAS, Bela, La filosofía del vino, Madrid, El acantilado, 2014.
MONTAIGNE, Michel de, Ensayos, Madrid, RBA, 2003.
NIETZSCHE, Friedrich, El nacimiento de la tragedia, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007.
-Ecce homo, Barcelona, Accent, 2007.
-El Anticristo, Madrid, ediciones siglo XX, 1987.
ORDINE, Nuccio, La utilidad de lo inútil, Madrid, El acantilado, 2013.
PLATÓN, Las Leyes, Madrid, Gredos, 1973.

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